He tenido pacientes ansiosos, inseguros, introvertidos y temerosos frente a padres que se preguntan constantemente ¿qué hicimos mal? ¿Por qué tenemos un patrón de hijos a los que les cuesta creerse el cuento y son tan inseguros al tomar decisiones? Mi respuesta muchas veces es que si han pecado de algo, es de más que de menos. Hablar de padres helicóptero es hablar de padres que tienden a estar encima de sus hijos y que desde la buena voluntad por querer ayudarlos, los privan de vivir y encontrar sus propias herramientas para poder solucionar sus propios problemas. ¿He sido mamá helicóptero? Probablemente sí, mucho más de lo que quisiera. La clave está en poder distinguir cuánto lo estoy siendo y asumir el costo que tiene el aplanarles tanto el camino. ¿Quiero ser una mamá helicóptero? No, entonces para lograrlo, tendré que intencionar ese cambio y ser consciente de que cada vez que uno de mis hijos esté en problemas o no sepa qué hacer yo no voy a darle la solución inmediata. Y menos solucionarle el problema en sí.
¿Cómo saber si estoy siendo mamá o papá helicóptero? Si eres de esas mamás o papás que corren a entregarle el trabajo que se le quedó en la casa a tu hijo o estás al lado cuando hacen las tareas para que queden “bien hechas”. Si tiendes a dirigirlos en cada movimiento que hacen “siéntate bien”, “saluda”, “pide por favor”, “limpia”, “ordena”, “lávate las manos”, “¿le mandaste el mail a la miss?” “¿llamaste a tu amigo” “estudia más que aún te falta”, “da las gracias” y un sinfín de etcéteras más. Si en el partido de fútbol cuando se cae corres a alegarle al árbitro o al entrenador o estás obsesionada con que tus hijos tengan buenos resultados y para eso los inscribes a clases de ballet, matemáticas, fútbol, guitarra, bicicleta o tenis, lamento decirte que probablemente tienes las conductas o te estás convirtiendo en un papá o mamá helicóptero. No queremos serlo, pero a ratos este exigente y competitivo mundo en el que vivimos hace que nos sumemos a él casi sin darnos cuenta, esperando que nuestros hijos rindan al 100%, vivan ojalá “siempre” felices y que si se equivocan, pase lo más desapercibido posible.
Si bien ser papá o mamá helicóptero es un término que se usa comúnmente, también tiene una base en la investigación sobre comportamientos parentales específicos y sus efectos en nuestros niños. Ser papás helicópteros viene desde el más profundo amor a nuestros hijos y del miedo extremo a que sufran, se equivoquen y no sepan qué hacer ante la vida. Los padres helicópteros somos tremendamente sobreprotectores y muchas veces vemos peligro donde no existe tal. Y es ahí donde reside el problema, porque cada vez que decidimos “proteger” a nuestros hijos de un posible problema, la verdad es que los estamos desprotegiendo al no dejarlos encontrar por sus propios medios, sus propias herramientas y soluciones. Y es que lamentablemente al sobreprotegerlos hacemos por ellos y no con ellos. Y entonces, cada vez que hacemos por ellos, implícitamente les estamos diciendo “tú no puedes”, “tú no tienes” o “en ti no confío”. ¿Realmente queremos ser esos papás o mamás helicóptero? ¿Cuánto los estamos protegiendo o ayudando realmente?
Actualmente existen una serie de investigaciones que demuestran una clara conexión entre la crianza helicóptero y problemas de salud mental, como la ansiedad y la depresión a medida de que nuestros hijos crecen y tratan de sobrevivir por sí solos. Sin ir más lejos, un estudio de la Universidad Nacional de Singapur (2016) mostró que los niños con padres más intrusivos, con altas expectativas de rendimiento académico y que reaccionan negativamente cuando comenten un error, tienden a ser adultos más autocríticos, ansiosos o deprimidos. Los investigadores definieron que los hijos de padres helicópteros tendían a buscar lograr un perfeccionismo extremo con un intenso miedo a equivocarse y con una tendencia a culparse por no ser perfectos o lo suficientemente buenos.
¿Somos papás helicópteros? ¿Cuánto de eso hacemos diariamente? ¿Queremos realmente trasmitirles a nuestros hijos que no son capaces? La realidad es que si tendemos a pavimentar excesivamente el camino, si no los dejamos equivocarse o si nos les permitimos sentirse incómodos, ellos nunca encontrarán sus propios recursos o herramientas para funcionar y resolver de manera independiente los desafíos de la vida. Probablemente, vivirán atrapados por el miedo al error, no se atreverán a tomar decisiones y menos a salir de su zona de confort que implica hacer y tomar decisiones con miedo. Además, sin darnos cuenta, les estaremos negando la posibilidad de aprender a través del error, haciéndolos presos de estándares inalcanzables o “perfectos” y de un temor extremo a fracasar o decepcionar a otros.
Si logramos que nuestros hijos tengan la libertad para vivir y aprender sobre este mundo, con seguridad podrán encontrar su propósito en la vida y su significado. Confiemos en que ellos sí pueden y sí saben encontrar soluciones, pararse del error y abrazar el dolor. Porque solo si nosotros confiamos confiarán en ellos mismos, permitiéndoles encontrar esa felicidad que tanto les deseamos. Y ojo, necesitamos entender esta felicidad como un equilibrio donde coexisten los espacios para el error y el aprendizaje, donde el fracaso es una ayuda para levantarse y donde el dolor da paso a la fortaleza.
¿Qué podemos hacer para romper esta conducta helicóptero? Lo primero y fundamental es redefinirlo en nuestra cabeza: al elegir “proteger” a nuestros hijos solo los estamos desprotegiendo. ntentemos cambiar nuestras conductas para que ellas hablen por nosotros. Que esas conductas digan y demuestren un eterno “sí puedes” y “en ti confío”. Apoyemos su independencia y su toma de decisiones, aunque sepamos que no es la mejor o la correcta. Dejemos que ellos aprendan. Escuchemos sus soluciones antes de dar las nuestras. Ayudémoslos a que enfrenten sus miedos o sus zonas de incomodidad empujándolos a hacerlo “con miedo” o “con incomodidad”, y no evitando aquello que temen o les incomoda. Escuchemos qué necesitan y no lo pongamos en duda pensando que nosotros tenemos sus respuestas. No llevemos el trabajo que se quedó o justifiquemos un dolor de guata si no estudió, ayudémoslos a enfrentar y hacerse cargo de las dificultades y no a escapar de ellas. Animémoslos a resolver sus propios problemas pidiéndoles que propongan soluciones alternativas. Enseñémosles a hablar por sí mismos de manera respetuosa y levantar la voz cuando piensen distinto. Seamos capaces de conocer sus habilidades y características con sus luces y sombras, y seamos un espejo de ellas. Confiemos en que ellos sí poseen herramientas y que solo necesitan descubrirlas y aprender a usarlas, asumiendo que esto tomará tiempo y trabajo, además de momentos dulces y amargos.
El desafío será no seguir pecando de más y encontrar el equilibrio, aprendiendo a acompañarlos. No seamos nosotros los protagonistas de su vida, sino que demos espacio y confiemos en que ellos pueden serlo.