Desde hace una semana se nos puso cuesta arriba este fin de año. Y es que retroceder en las fases de la pandemia, donde quiera que estés, es volver a adaptarse a algo que no nos gusta y a lo que por naturaleza no estamos acostumbrados: vivir en islas, en vez de vivir en comunidad. Somos seres interrelacionales por naturaleza y es por eso que esta pandemia nos ha llevado a trabajar incansablemente en nuestra capacidad de flexibilizar y adaptarse frente a situaciones adversas. Se ha puesto a prueba nuestra resiliencia, esa capacidad de levantarse frente a la adversidad y los momentos difíciles. Creo que todos y cada uno de nosotros desde nuestra propia vereda de madre, padre, trabajadora o trabajador, adolescente, abuela o abuelo, amiga, amigo o pareja, estamos agotados y a estas alturas del año ya no queremos más guerra. Al menos yo me siento cansada al, una vez más, tener que adaptarme a la posibilidad de un verano incierto o un futuro inesperado.
La verdad es que ha sido mucho, ha sido largo y creo que existe poca conciencia de cómo nos ha pegado emocionalmente este año. Como seres humanos tendemos a seguir, sin detenernos tanto, sin pensar o sin mirarnos, y el problema es que eso a veces nos enferma. Una vez más el desafío es detenernos, aunque sea en nuestra oscuridad, para así poder procesarla, vivirla y después elaborarla. Tenemos derecho a sentirnos cansados, a patalear de nuevo todas nuestras rabias, a mirar el futuro con desgano y a sentir una mochila de emociones como la angustia, la rabia, la desesperanza, la frustración, la pena y el miedo, de la que a ratos no sabemos cómo hacernos cargo. Nuevamente necesitamos darnos el permiso de vivir todo lo que venga como venga, para luego ponernos prácticos y pensar en qué nos hará mejor como personas y como familia. Para poder ver este retroceso con altura de miras, necesitamos primero estar enojados, irritables, tristes, nerviosos, angustiados, cansados o paralizados, porque no pasa nada, porque somos humanos y como humanos –y no como superhéroes– vivimos nuestras batallas. Que por lo demás son únicas, incomparables, personales y todas válidas.
Una manera de poder ver con altura de miras esta nueva etapa que nos trae la pandemia, es poder preguntarnos ¿Qué hemos aprendido, qué hemos ganado o en qué nos hemos fortalecido como familia y como personas? Hace unos días miraba una historia de Instagram donde varios respondían a estas preguntas y mientras yo seguía pegada en mi rabia y frustración por la situación actual, leía y me asombraba con la capacidad de resiliencia que tenemos los seres humanos. Respuestas como “aprendí a vivir en lo simple”, “logré entender que no tengo el control y necesito soltar”, “aprendimos a estar y disfrutar en familia”, “aprendí a quererme y respetarme más en mis tiempos” o “entendí la importancia de pedir ayuda”, representan aprendizajes de una profundidad tan genuina que, al menos a mí, solo me conmovieron y lograron por un minuto moverme de mi estado emocional.
Fue en esa lectura y en esas frases cuando pude conectarme con lo que yo también había aprendido y con la forma en que nos fortalecimos como familia. Y aunque el cansancio y la incertidumbre seguían presentes, al menos una parte de mí podía mirar la otra cara de la moneda que sin duda tiene algo más dulce y ayuda a aquietar la mente enrabiada, nerviosa o triste. Existe una luz en el camino, el tema es que tenemos que tomarnos el tiempo de encontrarla y asumir que podemos hacerlo en la oscuridad.
Así como es importante tener claros nuestros aprendizajes y ganancias para hacer más de lo que nos pone bien, necesitamos también poner foco en el hoy. Al final es lo único que tenemos. Hablemos de lo que nos pasa con nuestros hijos, compartamos nuestros miedos y dolores de cabeza, demos el espacio de expresar eso que sentimos en este minuto donde de nuevo nos vemos puestos a prueba, validemos todas nuestras emociones y contengámonos en ellas. Las emociones coexisten y entonces, para seguir en la vida tenemos que asumir que seguiremos danzando en toda la gama de sentimientos, no solo en algunos.