¿Cuándo es bueno entregarles un celular a nuestros hijos? ¿Cuántas horas deberían pasar frente a una pantalla para que no sean dañinas? ¿Qué hago con las redes sociales? Todas estas son las clásicas preguntas que como madres y padres nos hacemos porque no solo nos cuesta distinguir entre lo “normal” o “esperado”, sino también nos asusta tremendamente que nuestros hijos se inicien en este mundo, a ratos cruel, de la tecnología.
La tecnología llegó para quedarse, y así como puede ser una tremenda herramienta para nosotros y para nuestros hijos, también puede ser una herramienta que mal usada nos podría enfermar o enfermarlos a ellos. Creo que nunca podemos olvidarnos que la tecnología no es mala en sí misma, sino que es el uso que le damos lo que termina siendo destructivo. La tecnología no es la que distancia nuestros vínculos, somos nosotros los que elegimos poner el celular sobre una mesa a la hora de una comida familiar o los que revisamos el celular mientras nuestros hijos o amigas nos hablan. Somos nosotros los que decidimos decir las cosas por WhatsApp en vez de conversar y los que les pasamos el celular a nuestros hijos para que se calmen o entretengan. Finalmente somos nosotros los que les pasamos el celular a los 10 o 12 años y, sin darnos cuenta, los dejamos solos en este viaje. Quizás estoy siendo cruel al escribir estas líneas, pero al mismo tiempo siento que necesitamos abrir los ojos frente a lo que nosotros estamos haciendo para que la tecnología se transforme en ese “monstruo” que se “comió” a nuestros hijos.
La tecnología nos ha comido a todos, pero porque sin siquiera pensarlo así lo hemos elegido. Y por eso más que fijarnos en la forma, en cuántas horas de pantalla al día, cuándo entrego un celular, qué lo dejo ver y que no, cuántos filtros parentales ponemos en su celular o cuándo los dejo ser parte de redes sociales como Instagram, tik tok o Snapchat, necesitamos poner el ojo en el fondo. Con esto no quiero decir que entreguemos la tecnología sin normas, porque obviamente ese es el desde.
Necesitamos aprender a entregar y abrir la puerta a la tecnología también con fondo. La mayoría de las veces cuando entregamos un celular nos quedamos en la forma: ponemos un filtro parental, dejamos establecidas horas de pantalla y ponemos sistemas de bloqueos para que no sigan funcionando las redes sociales después de un tiempo en pantalla. Todo eso sirve, sin embargo, si no le damos el fondo, estaremos abandonando a nuestros hijos con lo básico para sobrevivir en un mundo virtual donde pasan a estar en una posición de vulnerabilidad sin límites y muchas más horas de las que quisiéramos.
Suelo dar el ejemplo de que esto es similar a dejar a mi hijo de 10 o 12 años solo en China, sin un mapa y sin saber hablar chino mandarín, pero con un pequeño diccionario de bolsillo. ¿Podría sobrevivir? ¿Tendría las herramientas? ¿Cuántas veces tendría que equivocarse, perderse o correr riesgos para lograrlo? ¿Cuánto lo estaríamos exponiendo a algo que definitivamente no es lo esperado a ser logrado para un niño de su edad?
Enfocarse en el fondo implica conversar con ellos acerca del mundo virtual, preguntarles quiénes quieren ser en este mundo, cómo se cuidarán, qué estarán dispuestos a leer, escribir o mirar y qué estarán dispuestos a mostrar. Necesitamos hablar de los riesgos que implica mostrar, subir, comentar, grabar e incluso mirar en este mundo virtual. El fondo implica sentarnos a hablar de que cuando grabo a otro y lo subo a mis historias estoy violando la privacidad y dañando a esa persona sin siquiera darme cuenta. El fondo implica llevarlos a pensar cómo podría afectarles a otros lo que ellos miran, comentan o a lo que le dan me gusta. El fondo implica escuchar con quienes se conectan mientras juegan a través del computador o la consola, preguntarles de qué hablan y ser mucho más curiosos como padres de cómo se están moviendo y cuidando en este mundo virtual.
Fijarnos en el fondo implica saber con quiénes conversan, qué suben a internet, cómo funcionan las redes sociales, a quiénes siguen en Youtube y de qué se ríen. Implica darnos el tiempo e invertirlo en mirar y explorar sus interacciones en redes. Sentarnos con ellos a ver TikTok y poder explicarles lo básico: que antes de postear cualquier cosa lo piensen bien. Que analicen si ese contenido es verdadero, es útil para otros, es inspirador, es necesario, es cariñoso. Necesitamos construir con nuestros hijos su identidad en este mundo virtual, una forma de ser que se asemeje a su forma de actuar en el mundo real. Ojalá exista esa coherencia que les permita ser empáticos, cuidadosos con otros y cuidadosos con ellos mismos. Ellos necesitan de nuestra compañía constante, porque han llegado a China sin saber hablar, sin un mapa y con un diccionario que no saben usar. ¿Queremos acompañarlos en este viaje?
Si la respuesta es sí, no olvidemos nunca que parte del fondo será estar y ser modelo. Para recorrer y conocer China necesitan un guía que los oriente, los ayude y les muestre los miles de aprendizajes que implica este viaje. No podemos pedirles que sepan manejarse en este mundo virtual si nosotros no somos capaces de regular el nuestro. No podemos pedirles que se despeguen de las pantallas y nos escuchen mientras hablamos, si nosotros no somos capaces de hacer lo mismo con ellos.
Entregar tecnología a nuestros hijos tiene forma y fondo, como todo viaje que emprendemos en la vida. Y eso no se nos puede olvidar. No los dejemos solos.