La semana pasada asistí otra vez a un webinar de Tal Ben-Shahar, profesor y escritor especializado en psicología positiva y liderazgo. Cada vez que lo veo, aprendo algo nuevo. Esta vez la charla estaba dedicada a la felicidad, algo que me quedó resonando y que quiero compartir porque creo que harto de eso lo podríamos aplicar a nuestro día a día y en nuestra familia.
Sin duda vivimos en un mundo rápido, que nos exige hacer múltiples tareas al mismo tiempo. La eficiencia y la capacidad de rendir tienen un valor implícito en nuestra sociedad y mientras más cosas podamos hacer, lograr o conquistar, en nuestra creencia colectiva está instalado que más exitosos y felices seremos. Sin embargo, los estudios muestran todo lo contrario: no es el éxito o las miles de cosas que ponemos en nuestra agenda lo que nos hace feliz. Por el contrario, la felicidad se encuentra en el disfrute del día a día, en la simplicidad de nuestro cotidiano y en nuestra capacidad de detenernos a poner nuestra energía y nuestra atención en el momento presente junto a nuestros seres queridos.
Las investigaciones sobre bienestar emocional y felicidad dan cuenta que darse permiso o poder andar en modo lento o slow, es lo que nos ayuda a disfrutar y agradecer lo que ocurre en nuestro día a día. Porque es en esta velocidad que realmente podemos detenernos a apreciar todo aquello que nos rodea. Ben-Shahar habla de nuestra capacidad de vivir lento: slow living, slow love o slow parenting (vivir lento, amar lento, criar lento), un concepto que cada vez toma más fuerza.
Si logramos bajar nuestra velocidad, nos damos la oportunidad de disfrutar y nos entregamos la posibilidad de realmente conectar emocionalmente con todas aquellas personas importantes a las que amamos. Es en esta velocidad que realmente podemos ver al otro en sus necesidades y entonces crear una relación profunda y significativa. ¿Cuánto logramos andar en modo slow? Y si a ratos lo logramos ¿es realmente otra experiencia? ¿Se vuelve realmente una experiencia distinta?.
Desde mi mirada, cada vez que logramos dejar de correr para apreciar los pequeños momentos del día, la vida se llena de sentido. Mientras los momentos son más simples y cotidianos, más mágicos se vuelven y más significativos. Todo ocurre en nuestro día a día, solo y solo si nos damos el espacio para hacerlo. Y para eso necesitamos tiempo y poder elegir vivir conscientemente más lento y simple.
La pandemia nos obligó a detenernos, pero ¿nos hemos detenido realmente? Desde mi mirada seguimos en lo apurado, en el rendimiento y enfocados en el hacer ¿Qué tendría que pasar para realmente darnos el tiempo de vivir la vida de una manera más simple y lenta? Finalmente esta es una decisión de vida, y en esta decisión no solo está puesto nuestro bienestar emocional personal, sino el de todos los que nos rodean.
Todo aquello que nos hace bien contagia e impacta al otro, porque nos hace ser más amables, cariñosos y positivos. Vivir una vida lenta nos ayuda a apreciar lo que tenemos y eso se irradia a toda nuestra familia, y sobre todo a nuestros hijos.
“La vida es muy corta para vivir apurado”. Tanta realidad en esta frase. Todo lo que se vive apurado en realidad no se vive, y todos aquellos momentos recargados de estÍmulos tienden a no ser lo que esperábamos. Vivamos lento y también elijamos vivir simple. ¿A qué momentos les estamos destinando tiempo y energía en nuestro día a día?
El desafío es poder simplificar esos momentos, disminuir los estímulos externos y tomarnos el tiempo para disfrutarlos. Una comida diaria sin celulares, sin apuros, conversando y escuchando música, puede ser sin duda uno de los mejores momentos del día. ¿Cuánto de eso está ocurriendo en nuestras vidas? Si vivimos en el apuro, en el WhatsApp o en el mail que tenemos que responder, estamos perdiendo momentos cotidianos que sí hacen la diferencia. Intentar mantener los momentos lo más simples posibles y sin tantos estímulos es el desafío para vivir una vida más conectados emocionalmente con lo que nos hace bien y nos deja felices.
Victor Frankl, en su libro El hombre en busca del sentido, habla de la importancia de encontrar el sentido de nuestras vidas. Tal Ben-Shahar habla de dos búsquedas de sentido, uno más grande y transversal que sería el sentido de la vida; y uno más pequeño y cotidiano que sería el sentido en la vida. Cada uno de nosotros encontrará su propio sentido, pero si vivimos apurados y despistados, probablemente será mucho más difícil de reconocer. Necesitamos de ambos para orientarnos en nuestras elecciones de vida y en nuestras decisiones de dónde queremos poner nuestra energía. Ahora, para encontrar nuestro sentido en y de la vida necesitamos el tiempo, lo simple y el detenernos para realmente poder escuchar y reconocer aquello que quiero, aquello que me hace bien y que sueño ¿Qué de lo que hacemos en el día cobra sentido? ¿Cuánto tiempo le estamos dedicando? ¿Cómo estamos cultivando ese sentido?
El sentido en y de la vida aparece solo si nos damos el tiempo de hacerlo, sin prisa. Nuestros hijos serán parte de ese sentido si los ponemos en el lugar que realmente tienen para nosotros. Nuestra crianza y nuestros momentos serán cotidianos y únicos solo si logramos reconocerlos y apreciarlos. Para realmente lograr nuestro bienestar emocional y el de nuestra familia necesitamos darnos momentos de descanso, de detenernos, de conectarnos y de apreciar y agradecer todo aquello que hemos construido, todo lo que tenemos y todo lo que estamos dispuestos a saborear.
“Los ponies impacientes:
Galopar les encanta, es mejor que trotar,
No soportan quedarse en un mismo lugar.
Ellos viven la vida como una carrerra,
¡No aflojes el paso, deprisa, acelera!
Siempre hacia adelante, con la vista al cielo,
Se pierden los tréboles que hay en el suelo.
Por bien que el mañana parezca inminente,
¡No olvides vivir lo que está en el presente!”
*Extracto de Sinfonía de los animales, Dan Brown.