Incontables son las veces, que niños y adolescentes, han llegado a la consulta con una clara dificultad para leer sus emociones y las del resto. Les es tan difícil nombrar e identificar sus emociones, que sus respuestas se tornan vagas, evitativas y distantes. Palabras como la “lata” “no sé” “bien” o “mal” son las que aparecen al intentar hablar de aquello que los apena, enrabia, avergüenza o frustra. Pareciera que estamos frente a niños y adolescentes que han perdido la capacidad de leer sus emociones y distinguir qué les ocurre. ¿Desde cuando nos pasa? ¿nos han enseñado y educado en nuestro mundo emocional? ¿cuánto nos pasa a nosotros mismos?.
Hace unas semanas, viendo el documental de Brené Brown, “El atlas del corazón” (HBO plus), me quedó clara la importancia de ponerle nombre a lo que sentimos. Finalmente, es el mismo lenguaje y nuestra capacidad de nombrar lo que vivimos, lo que pasa a ser nuestro atlas o mapa para nuestro corazón. ¿Cómo convivir con nosotros mismos o el mundo si no sabemos de emociones? ¿si no sabemos sus diferencias y nombre? ¿si pensamos que solo existen unas pocas?. Dentro del documental, Brown contaba que al preguntarle a un grupo de persona cuales eran las emociones que conocían, la gran mayoría de la gente nombro 3…..tan solo 3: alegría, pena, enojo ¿cómo eso no sería ser analfabeto emocional?. Tenemos más de 87 emociones. ¡87! emociones que necesitamos aprender a nombrar y distinguir. Es muy difícil poder acercarme a mi mundo emocional, o el de mi hijo y tratar de regularlo, si ni siquiera sé lo que estoy o está sintiendo.
Vivimos en una sociedad en la que las emociones difíciles no son bienvenidas. Tendemos a tratar de evitar lo que nos cuesta y que ojalá nuestros hijos hagan lo mismo. No queremos que sufran, pero al mismo tiempo no queremos que se frustren, que sientan vergüenza, que se angustien, que sientan pena, que tengan ira, o envidia. Queremos ser padres y tener hijos: “felices”. ¿Pero cómo incluimos la gama de 87 emociones si solo queremos ser felices? ¿donde quedan y que función cumplen cada una de las otras muchas emociones?. Porque, aunque no lo creamos cada emoción, por difícil que sea, está ahí por algo y la mayoría de las veces, también nos guía.
Nos han enseñado, y les seguimos enseñando a nuestros hijos, que las cosas “no se solucionan llorando” y que las emociones difíciles hay que eliminarlas rapidito. Cuando la realidad es que no podemos manejar lo que sentimos, las emociones duran lo que tienen que durar y mientras más intentamos resistirnos a ellas, ellas más persisten. Susan David, en su libro “Agilidad emocional” nos enseña la importancia no solo de nombrar e identificar nuestras emociones, sino de también permitirnos sentirlas. Solo en la medida que eso ocurre nos volvemos ágiles emocionalmente. Agilidad que nos permitirá enfrentar la vida con las emociones que toque vivir.
Soy una convencida que como padres y personas adultas, necesitamos hacer un trabajo por educarnos emocionalmente, porque solo en la medida que nosotros podemos lidiar con nuestras emociones podremos ayudar a nuestros hijos a hacerlo con las de ellos. Hoy quiero dejarles algunas ideas para empezar ese camino en educarnos y educar en las emociones:
1.La primera y más importante es darnos cuenta que necesitamos conocer más de las emociones, para poder educarlas. Ser conscientes que esto no es algo que ocurra espontáneamente, sino que tendremos que destinar tiempo a conocer esas 87 emociones que tenemos a la mano. Todas y cada una de ellas es bienvenidas.
2. Reconocer y nombrar qué emoción está acompañándonos. Detenernos a conectar con aquello que está pasando en nuestro corazón o en el de nuestros hijos, con una mirada abierta y respetuosa. Si estamos contentos necesitamos distinguir que nos pone contentos, de cuanta alegría estamos hablando y que podemos hacer para sostenerla. Si por otro lado mi hijo siente rabia, debemos saber si está enojado, siente rabia o simplemente es ira. Estas tres emociones son distintas y cada una de ellas nos habla de la intensidad y de como se están sintiendo ellos tanto a nivel emocional como físico. Porque cada emoción además, nos acompaña con nuestro cuerpo, y eso también necesitamos aprender a reconocerlo.
3. Sostener lo incómodo o desagradable. Las emociones existen y no siempre son agradables, sin embargo así como aparecen también desaparecen. Es importante aceptarlas y darles un lugar, entender que no es algo que podamos controlar y darles espacio para que simplemente estén. No podemos apagar una emoción con un dulce o un reto, solo necesitamos abrirles las puertas y entender de donde vienen y para qué nos acompañan en ese preciso momento. Si no damos el espacio que necesitan, terminan creciendo y saliendo de una manera mucho más difícil de abordar y reconocer. Vivimos rodeados de mensajes implícitos que nos obligan a ser fuertes, entendiendo que esa postura proviene de poder y saber enfrentar las dificultades solo. Pero la verdad es que somos humanos y nos necesitamos unos a otros. Cuando estamos frente a una emoción difícil, siempre podemos elegir pedir ayuda y contención, además de contener al otro. Nuestro desafío es que nuestros niños nos reconozcan como figuras de contención donde las emociones están permitidas y tienen un espacio para ser leídas, vividas y conversadas. Somos quizás los primeros responsables de su regulación emocional y eso podrá ocurrir en la medida que nos y los eduquemos en las emociones.
Finalmente frente a las emociones necesitamos aprender a reconocerla, ponerle el nombre correcto, ver que ocurre en nuestro cuerpo, analizar que la gatillo y reconocer cuales serán nuestras próximas señales de aviso cuando aparezca. Después de haber podido hacer esto, podemos recién empezar a buscar alternativas de solución. Pero recuerda: ¡primero siempre SIENTE y después HAZ! ¡Dale espacio y voz a tu emoción: escucha!.
Finalmente educar en las emociones es un trabajo que necesitamos para nosotros mismos, y que ayudará en la vida de cada uno de nuestros hijos. Dejemos de ser analfabetos emocionales, busquemos información, leamos, hablemos, vivamos. Podemos ser el apoyo para nosotros mismos y para nuestros hijos cuando sintamos: pena, rabia, miedo, vergüenza, frustración, desesperanza o enojo (sin olvidar que quedan más de 70 emociones por conocer).
Dar espacio a cada emoción te hace valiente, te conecta contigo y con el otro, y te ayuda a vivir una vida más consciente.