“Algo de lo que me fui dando cuenta con las terapias, es que todas las personas tenemos distintos tipos de “yo”, y en general los que más ejercitamos para nosotros mismos son el “yo crítico” y el “yo con miedo”. Al final, estas versiones de nosotros, tarde o temprano, nos llevan a odiarnos. Sin embargo, para los demás, la mayoría de las veces aparece el “yo compasivo” y el “yo valiente”. Es decir, esos “yo” existen dentro de nosotros, pero tendemos a regalárselos al otro y es muy válido que los llevemos hacia las demás personas; pero ¿por qué no a mí?, ¿por qué siempre terminamos odiándonos y maltratándonos por nuestras acciones?
En esta sociedad, lamentablemente, está muy mal visto quererse; el amor propio y la compasión por uno mismo es visto como algo egoísta y egocéntrico. Lo paradójico es que cuando un amigo tiene los mismos pensamientos destructivos, uno va como consejera a decirle que tiene que quererse, respetarse y aceptarse tal cual es. Con el otro aparece nuestro “yo compasivo”, ese que le dice que se quiera, que si se equivoca está bien, que todos nos equivocamos y que de los errores se aprende. Entonces, ¿por qué no me puedo decirme lo mismo a mí?
Tenemos que comenzar a llevar el yo compasivo al gimnasio, ejercitarlo para tratarnos de la misma forma en la que tratamos a los demás. Como seres humanos necesitamos compañía, no ser rechazados, amar y ser amados, pero ¿cómo voy a amar al prójimo si no me amo a mí mismo?
En la terapia entendí la importancia de partir por mí, porque eso también es partir por el otro”.