Paciente, 35 años
¨Salí del colegio con un promedio piola, y entré a estudiar por descarte Ingeniería Comercial. Sentía que no me la podía, que no era capaz y que definitivamente la organización no era lo mío. Me echaron de la universidad en cuarto año porque reprobé un ramo tres veces. La vida una vez más me decía que no me la podía, que era mediocre, que en verdad daba lo mismo lo que hiciera nunca podría ser exitoso.
Entré a otra universidad, a primer año, así que tuve que hacer todo de nuevo porque no me convalidaron nada. Solo pensaba en lo tonto de haber perdido tantos años, y en que definitivamente no podía repetir la misma historia. Me sentía perdido, desesperado y frustrado, y no sabía cómo salir de ese pensamiento que me maltrataba y se repetía en mi cabeza: “No eres bueno, nunca lo serás” “No eres capaz”.
Decidí pedir ayuda, o más bien mi mamá me insistió que debía hacerlo. Poco a poco me fui dando cuenta de lo destructivos que eran mis pensamientos. Yo creía que me los merecía, e incluso que me ayudaban a motivarme, que sin ellos no llegaría a ningún lado porque me empujaban a ser mejor, a no ser flojo y a demostrarme que me la podía. ¡Qué equivocado estaba! Cuánto me demoré en darme cuenta de que eran esos mismos pensamientos los que me generaban ansiedad, me hundían, me hacían sentir miedo y solo me “ayudaban” a seguir evitando todo tipo de desafío.
Durante la terapia aprendí a tratarme desde otro lugar, a construirme desde lo que sí hacía, paso a pasito. Con cada meta mínima cumplida podía reforzarme y sentirme mejor conmigo mismo.
Llegué a la práctica profesional y una vez más me comían mis pensamientos críticos; de nuevo volvía la fantasía de no ser lo suficientemente bueno. Me destruía internamente, me ponía ansioso y eso me dispersaba. Tuve que volver a consultar, para regresar a mi centro y darle una vuelta de tuerca a todo lo que ya había aprendido. Tuve que volver a mirarme, para buscar reconstruirme desde lo positivo en los momentos de mayor duda y angustia. ¿Sería capaz de hacerlo finalmente en el mundo real?
El camino de tratarme desde un lugar constructivo no ha sido llano ni lineal. Ha sido de altos y bajos, de motivación y desmotivación, y mucha práctica. Por fin entendí que así es la vida, que mi cerebro es complejo y que lo único que puedo aprender es a cómo relacionarme con él en los distintos momentos de mi vida. Aprendí que no tengo el control de todo lo que pasa, pero que me puedo parar abierto a escucharlo, para identificar qué me quiere decir desde su complejidad. Como aprendí en terapia: “este tricky brain nos acompaña todos los días y es parte de nuestra complejidad de ser humanos”.