El solo hecho de pensar en la palabra dolor nos duele. La mayoría de las veces tratamos de evitarla, no verla, incluso pensar que no existe. Nos cuesta conectar con el dolor, cuando nuestra vida como humanos trae inevitablemente, a ratos, mucho de él. ¿Cuál es el valor del dolor en nuestra vida? ¿qué viene a mostrarnos? ¿cómo lidiar con él?.
Cuando ponemos esta palabra en la vida de nuestros hijos, la sensación de malestar es aún peor. ¿Cuántas veces nos hemos repetido que sólo queremos que nuestros hijos sean felices?. ¡Que ilusión más grande pensar que nuestros hijos pasaran a ser felices, sin transitar por el dolor!. Nos cuesta entender que para ser felices, necesitamos también enfrentar, vivir y abrazar lo que duele. No puedo contabilizar las veces que he escuchado y me he oído decir la frase: “Solo quiero que mi hijo sea feliz”. Lo más paradójico es que esa felicidad es tan efímera, tan líquida, tan oscilante, que cuesta imaginar como serían nuestros hijos si solo fueran “felices”.
Todos queremos ser felices, todos queremos aliviar el sufrimiento, pero para eso necesitamos aceptar que el dolor es parte de lo que nos hace crecer, de lo que nos hace encontrarnos a nosotros mismos, nos invita a conocernos más y mejor e incluso nos hace conectar desde lo más profundo con los que nos rodean.
El concepto de felicidad se construye desde la propia realidad de cada ser humano, es tan personal que ni siquiera tenemos tan claro cómo queremos que nuestros hijos sean felices. No sabemos qué camino tendrán que recorrer y qué es lo que los hará realmente felices. Intentamos conectar con un mundo que nos muestra que la felicidad está en el éxito, en cumplir metas, en lo material o en los logros, y la verdad es que la felicidad probablemente está en nuestros vínculos e incluso en la perdida de ellos. La Reina Isabel II decía “El duelo es el precio que tenemos que pagar por amar”. Y es que no existe felicidad sin dolor, no existen vínculos y amor, sin perdidas; no existe paz sin abrazar la vulnerabilidad.
Dejemos de decir que “queremos que nuestros hijos sean felices y que no sufran”, porque eso no es vida. ¿Queremos que nuestros hijos VIVAN? entonces necesitamos estar dispuestos a que sientan dolor, se equivoquen, no puedan, caigan y se vuelvan a levantar. Si hablamos solo de felicidad, nuestro discurso pierde sentido, perdemos la capacidad de valorar incluso el dolor y el error como una manera de llegar a ser y sentirnos realmente plenos y satisfechos con nuestras vidas.
Desde hoy, la invitación a decir es que queremos que nuestros hijos VIVAN, y que nos permian acompañarlos a vivir lo que les toque vivir. Porque eso nos permitirá ver su crecimiento, sus oportunidades, sus crisis y conflictos. Es la vida misma la que nos permitirá acompañarlos y aliviar lo que tengan que enfrentar con dolor, con miedo, con errores, con éxitos o con perdidas. Para construir hijos “felices”, necesitamos permitirles experimentar el dolor, hablar de él, darle espacio y mostrarles que en la medida que duele, también se vive.
Una vida sin dolores o equivocaciones no existe, y la realidad es que, si no los dejamos desde chicos enfrentar estas situaciones, menos podrán hacerlo en su vida adulta. El dolor y el error son inevitables, y lo único que necesitan ir aprendiendo es la manera en que lo enfrentan y como se van haciendo cargo de ellos. Necesitamos dejar de intentar día a día que nuestros hijos no sientan pena o no se equivoquen. Le tenemos tanto miedo a su dolor o fracaso, que no dejamos que eso pase y eso los deja a ellos sin la posibilidad de sentirse capaces de enfrentar lo que venga.
¿No será realmente irreal eso que queremos para ellos? ¿Nos hemos conectado con todo lo que nos hizo crecer y confiar en nosotros mismos? Probablemente todo eso que nos ha construido como personas se basa en nuestras caídas y dolores, y cómo hemos aprendido a salir adelante, o cuánto nos hemos atrevido a salir de nuestra zona de confort, con todas las dificultades que implica ese camino.
No dejemos a nuestros hijos sin la posibilidad de crecer. Dejemos de decir que queremos hijos felices y que no sufran, y démosles la posibilidad de VIVIR, con todo lo que eso implica. Les aseguro que tal como ustedes como padres, sus hijos solo saldrán fortalecidos, distintos y con una inmensa capacidad de resiliencia. El dolor duele, pero también nos hace crecer, vivir y ser felices. Yo al menos quiero que mi hijo VIVA.