Todos somos portadores innatos de infinitos recursos y herramientas para enfrentar la vida. Lo extraño es que eso se nos olvida fácilmente. O no nos sentimos lo suficientemente buenos para reconocerlos.
La mayoría de los adolescentes o papás que entran a la consultan parten pidiéndome que les “entregue” herramientas. Lo contradictorio es que en ese pedido estamos dando por sentado que no las tenemos. El lenguaje una vez más crea nuestra realidad y la manera en que nos percibimos. ¿No sería mejor hablar de cómo podemos ayudar a nuestros hijos a iluminar o descubrir sus recursos? ¿Es real que no los tienen y que son otros quienes deben entregárselos? ¿Somos capaces de realmente reconocer las luces y herramientas propias de nuestros hijos?
Poner la mirada en los recursos es vital para enfrentar la vida. Necesitamos sentirnos portadores de aquello que nos hace únicos, eso que nos hace brillar o nos distingue. Sin embargo, en la locura del mundo actual, pareciera que ni nuestros hijos ni nosotros estamos a la altura, porque tendemos a poner la mirada en lo que falta. ¿La causa? probablemente -y desde mi mirada- es que tendemos a caer en la competencia o comparación para verificar si lo que hacemos como padres o lo que hacen nuestros hijos es “lo correcto”. Tendemos a comparar con lo que es o parece “normal” o “esperable”, sin darnos cuenta de que cada una de esas luces o sombras que nos conforman como persona son producto de la unicidad de cada uno de nosotros y que por ende no está en cuestionamiento. Menos en competencia o comparación.
La realidad es que todos estamos a la altura de lo que queremos o soñamos ser. Necesitamos darnos el tiempo para descubrir los recursos de nuestros hijos y elegir como papás ser el mejor espejo y reflejo para ellos. Eso sí, ojalá que ese espejo refleje la mayor cantidad de recursos, la mayor parte del tiempo. Según Gottman, como padres deberíamos lograr reforzar la conducta de nuestros hijos con una proporción de 4 es a 1, es decir, 4 refuerzos positivos por 1 crítica o comentario negativo. ¿Estamos realmente en esa proporción?
Y si vamos más allá, ¿qué pasaría si más que reforzar positivamente sus conductas nos desafiáramos a encontrar sus recursos para luego iluminarlos cuatro veces más de lo que les pedimos que constantemente mejoren?
Si una mamá me dice: “mira, ella es súper buena niña, ayuda en la casa, es buena amiga, empática, responsable, siempre está ahí por si alguien la necesita, pero no logra enchufarse en lo que tiene que hacer en el colegio, pareciera que está en otro planeta”. En esta frase la mamá sí reconoce los recursos de su hija, sin embargo, al hablar de ellos y luego poner la palabra “pero” es como si todo aquello que describe a su hija desapareciera para realmente encargarnos de lo que no funciona. ¿Cuántas veces hacemos esto como padres? ¿Cuántas veces elegimos quedarnos con lo que no hay y poner el énfasis ahí?
Lo que decimos de nuestros hijos pasa a ser vital cuando se trata de reflejar e iluminar sus recursos, y entonces podríamos reconocer todos sus recursos y dejar de poner un “pero”. Qué distinto suena cuando a esa misma frase le agregamos un “y”. El “y” invita a la integración de lo que somos con todos sus matices, mientras el “pero” hace que anulemos lo positivo en pos de mejorar lo que falta.
Nuestro desafío es dejar de poner el énfasis en lo que falta buscando todo aquello que se debe trabajar y mejorar en pos de fortalecer aquello que ya tienen y los hace únicos. Porque es ahí cuando ocurre la magia, donde nuestros hijos se sentirán portadores de sus luces y recursos con los que podrán brillar en un mundo que exige día a día. Si nuestros hijos logran sentirse seguros, tendrán mucha más valentía para enfrentar las distintas situaciones a las que se vean enfrentados. Si por el contrario, solo tienen claro lo que deben mejorar, terminarán eligiendo con miedo: miedo a equivocarse, a ser juzgados o simplemente a ratificar que no son capaces. Esto los llevará a quedarse evitando y probablemente sigan alimentando su sensación de no ser capaces o suficientes en este mundo.
Tenemos un gran poder para ayudar a que nuestros hijos se vean y se sientan portadores de sus recursos. La invitación es poner el ojo y la atención en lo que sí hay y sacarle brillo a eso. Dejar de usar el “pero”, porque eso que falta no los define. Comenzar a reflejarles todas sus oportunidades y recursos para que esa voz interna que van creando en su cabeza los ayude a sentirse portadores de herramientas para enfrentar su vida.
Muchas veces la voz interna de nuestros hijos viene de aquello que les reflejamos y lo que necesitamos es que logren crear una voz interna que los apoye y no los anule. Una voz que no los boicotee en su cabeza, porque es esa voz la que puede llevarlos a fracasar incluso antes de haber iniciado sus propósitos. Nuestros hijos son portadores de infinitos recursos, y nosotros podemos elegir ser el mejor canal para iluminarlos.