“Fui saltando de psicóloga en psicóloga desde los 16 años, pero nunca entendí muy bien por qué iba. Lloraba segui- do, me consideraba tímida, tenía altos y bajos, como todos en la vida. Esto es algo que recién ahora puedo ver, ya que antes solo quería mantenerme en los altos.
El segundo año de universidad me sentía toda una fiera, lista para enfrentar al mundo. Y entonces quise trabajar en algo que siempre me había importado, pero que había dejado siempre en segundo plano: mi físico. Fui al nutri- cionista y empecé una dieta súper restrictiva, y bueno, hizo efecto. Eso sí, a veces no quería ir a una que otra junta, salida o cumpleaños porque “qué lata ir y no comer”. Lle- gó el verano y estaba más de 10 kilos abajo, nunca había estado tan flaca. Todo el mundo me decía que me veía in- creíble, pero para mí nada era suficiente: siempre se podía bajar un poco más, trotar unos minutos más. Fue el mejor verano de mi vida: la chica tímida ya no existía y la gorda tampoco; era otra persona y esa persona le gustaba a la gente. Entonces, esa persona debía gustarme a mí.
Se acabó el verano y llegó el tercer año de universidad. Siempre he tenido miedo a la vuelta a clases y los primeros semestres son mi recaída. Volví y esta nueva persona en quien me había convertido no estaba ni ahí con la uni- versidad, solo quería que la vieran, lucirse. Pero lo que no consideré en este plan perfecto es que la de siempre, la exigente en todos los sentidos, seguía ahí. Bajar kilos y sacar buenas notas parecían ser inversamente proporcio- nales. Era una por otra, tenía que sacrificar algo y estaba sacrificando mis estudios. Volvió el monstruo de la ansie- dad: me lo devoraba todo, sacaba comida sin que los otros supieran, escondía los papeles, comía hasta que me dolie- ra la guata, sentía una culpa terrible, comía cosas que ni siquiera me gustaban tanto. Era el simple hecho de comer cuando sentía que debía castigarme por algo, superar el aburrimiento y afrontar el estrés, que me llevó a los famo- sos binge eating (atracones de comida). Fui subiendo de peso y desaparecí de las previas, los carretes, las discos, porque la regia del verano ya no estaba, solo estaba la gorda. Desde mi hiperbajada de 12 kilos, había subido cerca de 8. Me daba mucha vergüenza que la gente me viera, tanto así que simplemente decidí que no iría a ningún lado hasta que “volviera” a mi peso. Nuevamente pasé de psicóloga en psicóloga, esta vez con más desesperación que nunca. Ya estaba harta de especialistas, terapias, remedios, pasé hasta por un nutriólogo. Ya no necesitaba a alguien que me escuchara llorar y me dijera “pobrecita, te entiendo”. No. Necesitaba creer en mí, sacarme la inseguridad, cre- cer desde adentro para brillar por fuera.
En este proceso aprendí “a tirarme en bungee”, a independizarme de mi madre, a externalizar mi ansiedad, a creer en mí, a conocerme y quererme. Fue una época muy lin- da, porque estaba más tranquila y dedicaba más tiempo a cuidarme y quererme. Me volví vegetariana, me hice adicta al yoga (muy cliché, lo sé, lo amo), además de que me reencanté con mi carrera porque busqué lo que me gustaba dentro de ella (cosa que también había sido tema). En fin, el 2020 fue el peor año para todo el mundo, pero el mejor año para mí. Realmente estaba muy asustada, por- que todos los comienzos de año son muy duros para mí. Esta vez ya reconozco los momentos altos y los bajos. An- tes solo quería los altos y me reprochaba cuando estaba en los bajos. Pero con esta nueva mentalidad tenía permitido caerme, entendí que era perfecta siendo imperfecta y que tenía todas las herramientas en mis manos. Esta vez ya no estaba tan asustada. Estoy orgullosa de decir que pasé el primer semestre mejor que nunca, quizás sea el modo pandemia o quizás no. Quiero creer que soy más fuerte que antes y que he crecido, tanto así que la gente me dice que estoy irradiando felicidad”.