Aunque soy psicóloga, quiero escribir desde mi preocupación y mi ser mamá. Desde esa psicóloga infantil que fui por varios años y que sabe la importancia de que nuestros niños se desarrollen y tengan todas las posibilidades de crecer y estar en un entorno estable que les permita desarrollarse armónicamente. Sin duda la pandemia ha sido un desafío para nosotros como padres, muchos ya estamos sintiendo el cansancio de un estrés sostenido por estar 24/7 en la crianza de nuestros hijos y haciendo malabares para que puedan, dentro de lo posible, mantener la estimulación necesaria para un estado emocional que les permita el aprendizaje. Ha sido todo un desafío mantener la educación a distancia e intentar un equilibrio en la armonía familiar.
No ha sido fácil mantener lo necesario para que nuestros niños logren todo lo que requiere cada etapa particular de su desarrollo. Quizás son muy pocas las que tienen los conocimientos de cómo estimular y construir un espacio adecuado para el desarrollo tanto emocional como intelectual. Para mí sigue siendo un misterio, sobre todo estando en estado de emergencia. Yo me declaro incompetente (aún teniendo conocimientos de psicología) porque me ha sido muy difícil sostener y mantener el equilibrio que les permita a mis hijos estar bien para aprender, estar bien para crecer.
Somos por naturaleza seres sociales y aprendemos a vivir en comunidad. Aprendemos en comunidad y nos sentimos libres dentro de una sociedad. Nuestros hijos aprenden y crecen siendo parte de un mundo con el que interactúan y viven. Sobre todo en los primeros años de vida nuestros niños están en constante cambio y crecimiento, y esta pandemia les ha quitado la posibilidad de salir al aire libre, de interactuar, de estar con amigos, de aprender, de moverse y liberar sus energía. Los ha dejado desprovisto de aprender a través del mundo que nos rodea.
Sin embargo, pareciera que todos estamos saliendo del desconfinamiento. Menos ellos. Los juegos de las plazas aún están cercadas con plásticos para impedir el paso, los jardines infantiles siguen sin abrir y los colegio siguen en pausa. Y aunque me declaro una inexperta en salud y epidemología, me hace mucho ruido que cada vez que salgo de mi casa pareciera que me muevo en un mundo de adultos. No veo niños y si los veo o salgo con ellos, pareciera que su presencia no es bienvenida. Hoy nuestros hijos pueden ir al mall y tocar las escaleras mecánicas o abrir puertas métalicas, pero no pueden tocar los juegos de la plaza.
Nuestros hijos han pasado a ser vistos como los “portadores silenciosos” del virus y ha aparecido un extraño temor a su contacto y a su presencia, alejándolos poco a poco del mundo real y quedando relegados a sus casas y muchas veces a las pantallas, mermando su capacidad de asombro y aprendizaje. Gracias al “Equipo Proyecto cuidemos nuestros niños” (2020) hemos logrado tener algunos resultados de una primera etapa de investigación que muestran cómo los índices de salud mental se han visto afectados. Padres y cuidadores reportan que un 73% de sus hijos está más demandante de atención y han aumentado en un 30% sus conductas regresivas. Un 63% de los padres percibe que sus hijos están más reactivos emocionalmente, un 42% con mayores problemas para concentrarse y un 42% presenta mayor necesidad de moverse. Si todas estas cifras no nos muestran algo significativo, ¿entonces qué?
Desde mi mirada, la pandemia poco a poco nos ha llevado a olvidar las necesidades de nuestros niños. Yo vivo en condominio, y aunque han podido interactuar dentro de una burbuja social creada en espacios comunes del condominio mismo, esto no ha estado libre de conflicto. Pareciera ser que no existe espacio para los niños y que ellos sí deberían seguir confinados. Mi pregunta es ¿hasta cuándo? ¿A qué costo? Salimos al supermercado, malls, restaurantes en terrazas, andar en bicicleta en algunas comunas, sin embargo, los juegos de las plazas siguen cercadas. Salimos de lunes a viernes a trabajar, los fines de semana (al menos en algunas comunas) ya hay actividades sociales, los jóvenes carretean de “toque a toque”, y algunos ya han logrado retomar sus rutinas laborales. Hay comunas como Renca que llevan meses confinados y los niños no pueden salir a dar una vuelta a la manzana. Ahora sí pueden hacerlo los perros, y no es que no ame los perros, pero mi duda es dónde quedan las necesidades de nuestros niños, tan humanos como nosotros los adultos.
Mi mayor miedo es que siento que se ha producido, desde el miedo al contagio de personas mayores (que lo entiendo), una aversión a ver a niños al aire libre, jugando, andando en scooter o gritando. No sé a ustedes, pero para mí me parece irracional. ¿Cómo es que seres humanos con infinitas necesidades y en plena etapa de crecimiento y aprendizaje aún no pueden volver a esta “seudonormalidad”?
Los niños no son bienvenidos, o al menos así se siente. Hoy como padres esperamos en silencio a que algo cambie, a que se den espacios, a que alguien levante la voz por ellos, porque ellos no pueden hacerlo. Y quiero levantar la voz o al menos cuestionarnos si sabemos realmente el daño que se le está produciendo a una generación completa de niños. Creo que ha sido un período demasiado largo, y pensando en un futuro que no se ve mucho más distinto al actual, se tienen que trabajar protocolos para que nuestros niños vuelvan a tener algo de su vida “normal”. ¿Sanitización de plazas? ¿Creación de lugares al aire libre con protocolos o cuidados de cuidadores adultos? ¿Jardines infantiles con horas y cursos reducidos y jornadas por hora? ¿Colegios que poco a poco elijan volver, aunque sea unas pocas horas para que nuestros hijos se encuentren con la realidad? Esto ya no es un tema de cuánto aprenderán en lo académico, sino de cómo siguen “confinados” en una realidad seudo “desconfinada” que les está provocando un daño mucho más profundo del que siquiera podemos imaginar.
Si podemos abrir malls, restaurantes, fútbol nacional, programas de televisión abierta, celebraciones de matrimonios o bautizos de pocas personas, necesitamos pensar cómo logramos que nuestros hijos obtengan algo de su vida de vuelta. Ellos no solo lo necesitan por salud mental, lo necesitan mucho más que nosotros porque están en periodo de crecimiento y desarrollo exponencial. Para que ese desarrollo siga ocurriendo necesitan interactuar, jugar, correr, ir al jardín o al colegio, gritar, acompañar a la mamá, salir a andar en bici y ojalá no ser vistos como portadores de un virus, sino como humanos que necesitan, tal como nosotros, estar en contacto con la realidad. Lejos de las pantallas, de las clases online, del silencio despiadado de las plazas, de los condominios con horarios de salida y de miradas algo desquiciadas.
Intentemos devolverles algo. Pongamos la energía ahí y quienes tengan hijos grandes o que ya pasaron esta etapa, vean con empatía, intenten entender sus necesidades y cómo también han estado en sufrimiento durante más de 8 meses, privados de libertad, de amigos, de contacto con la naturaleza. Privados de crecimiento. Si pueden empatizar con eso, solo doy las gracias. Sueño con que luego puedan ser uno más de nosotros que tenemos el privilegio de estar viviendo este desconfinamiento paso a paso, porque nuestros niños de corazón y sentimiento siguen confinados.