Los niños, al igual que nosotros los adultos, se benefician enormemente de actividades frecuentes y consistentes que estén orientadas a su autocuidado personal. Cuidarnos es poder identificar lo que nos hace bien y saber poner todo en equilibrio para poder hacer más de aquello que me ayuda, me cuida y me mueve. Reconocer esas actividades y darles espacio en nuestras vidas nos permite cultivar aquellos que son nuestros talentos. Cuando somos capaces de cuidarnos a nosotros mismos, existe un impacto inmediato en nuestra sensación de bienestar.
¿Qué pasa que nos cuesta tanto darnos el permiso para hacer eso que disfrutamos, eso que nos hace bien y eso que nos hace sentirnos plenos? Vivimos en un mundo competitivo que a ratos no nos permite el descanso y el tiempo libre. Y nuestros hijos, lamentablemente, caen en esta misma categoría. La mayoría de las veces buscamos fortalecer eso que les cuesta o los frustra, porque les sale difícil y entonces lo obvio es reforzar esa parte. ¿Y qué pasa con fortalecer aquello para lo que son buenos? La danza, la escritura, la pintura, el teatro, la cocina, el deporte o la música pasan a ser un talento que como ya es fortaleza, no necesita ser “reforzado” o no requiere de espacio especial en nuestras vidas. Los hacemos invertir e invertimos toda la energía y tiempo en aquello que los frustra y que lamentablemente les demuestra que sin importar cuánto practiquen o refuercen, la mayoría de las veces obtendrán un resultado parecido. Sin darnos cuenta, ponemos y los llevamos a poner el ojo en lo que falta, en vez de reforzar y fortalecer aquello que tienen y que sin duda los hace estar emocionalmente en un lugar mucho más amable, que les permite quererse, valorarse y mirarse en lo que son buenos.
Muchas veces cuando digo esto hay papás que no lo entienden. Y es absolutamente válido. La vida nos ha enseñado a competir, a ser mejor que el de al lado, a reforzar y mejorar eso que no me resulta en vez de gozar y descubrir mis propios talentos y sacarles brillo. Cuando yo era joven me gustaba escribir. Lo único que quería era meterme a un taller literario, pero solo tengo recuerdos de clases de inglés y matemáticas, que por lejos era lo que más me costaba y en lo que me sentía más mala. Parece paradójico que finalmente la vida igual me haya llevado por el camino que yo sabía que me fluía y me hacía sentir mejor. Siempre escribí como una manera de cuidarme, de estar mejor y de elaborar sentimientos, pero nunca le di el espacio y la energía que debía en la vida. Hasta que muchos años después, una gran terapeuta me pregunto por qué no estaba escribiendo si eso era lo que más me hacía vibrar. Ella advertía las burbujitas de placer que eso me traía al hablar de eso. Y fue recién ahí que decidí darle espacio e invertir mi energía en escribir, un espacio en el que me sentía realmente feliz, útil y segura.
¿Cuánto reflejamos los talentos en nuestros hijos? ¿Cuánto espacio le damos en sus vidas a esas actividades que parecen hacerles bien, que les salen fáciles y que los hacen felices? La mayoría de las veces nuestro ojos se van a los resultados y lamentablemente no se van a los buenos resultados, sino a los que faltan. ¿Qué pasaría si realmente pusiéramos la energía en lo que sí hay? ¿Cuánto les estaríamos enseñando no solo a mirar sus talentos, sino a descubrir qué hacer para sentirte bien?
Los desafiar a ver lo que sus hijos sí tienen y a soñar con qué pasaría si realmente potenciáramos eso. A veces es más fácil facilitar el deporte y lo académico porque pensamos que es ahí donde serán buenos o felices. Se nos hace difícil integrar todo aquello que no caiga en la categoría de lo “esperado”. Nuestros hijos, al igual que nosotros, necesitan descubrir sus talentos y ponerlos en práctica, reforzarlos y fortalecerlos, porque sin duda es ahí donde brillarán. No brillarán por tener una décima más en la prueba de matemáticas o de lenguaje que tanto le cuesta. Brillarán cuando se den el tiempo para pintar o bailar con sus talentos, como una manera de cuidarse, quererse, aceptarse y de reconocer lo que los hace únicos y especiales.
Somos su modelo y si nos permitimos cuidarnos, ellos lo harán con ellos mismos. Si somos capaces de poner en pausa algunas actividades para volver a nuestro equilibrio les estaremos enseñando que también tienen la posibilidad de hacerlo. Y de hecho, es una necesidad el poder parar, tomar un respiro y cuidarse para después seguir adelante. Finalmente cuidarse es conectar con el disfrute y hacer más de eso que te hace feliz. Cuidarse es darse el permiso de poner la energía en eso que te gusta y no en aquello que te frustra. Cuidarse es darse el espacio para estar tristes o enojados y que no pase nada. Cuidarse es darse un espacio para estar con la naturaleza y con uno mismo, solo y en silencio. Cuidarse es tomarse un descanso cuando faltan las ganas. Cuidarse es tener la capacidad de mirarse y darse el permiso para hacer aquello que necesitamos.
En un mundo que nos exige ir a la velocidad de la luz, cuidarse pasa a ser un privilegio, cuando en realidad debería ser una costumbre. Elegir estar haciendo lo que hace bien y hace vibrar es más difícil de lo que imaginamos. Necesitamos darnos el permiso de hacerlo con nosotros como padres para poder trasmitirles a nuestros hijos cuáles son las actividades que necesitarán mantener para sentirse vivos, equilibrados y disfrutando el día a día. La mayoría de las veces lo encontraremos si miramos todos juntos lo que sí hay, las herramientas que ya tienen y los talentos que ya los hacen brillar.