¿Cómo llegamos a nuestros preadolescentes?

Últimamente he escuchado a varias mamás que tienen dudas sobre cómo transitar durante esa etapa en la que nuestros niños dejan de ser niños y comienzan su transformación hacia la adultez. Y es que esta etapa se transforma en un tremendo desafío para nosotros como padres, sobre todo con nuestro hijo mayor, que es quien marca la pauta. Es él o ella quien nos enseña cómo debemos ir flexibilizando y cambiando en nuestra manera de relacionarnos y ser padres y madres. Y es nuestra capacidad de flexibilizar y detenernos la que sin duda nos ayudará a no perdernos en este momento, que es probablemente uno de los más movidos y desafiantes de la crianza.

Lo primero que tenemos que reconocer es que no solo nosotros nos estamos enfrentando a esta nueva etapa con un hijo que ya no nos mira como antes, que no nos busca como cuando era pequeño y que no nos incluye en muchas de sus vivencias. Ellos también están transitando y enfrentando un inmenso período de transformación. Su cuerpo ya no es el de antes y tienen que aprender a quererse y aceptarse en este nuevo cuerpo, que parte con transformaciones amorfas y bruscas donde muchas veces no se sienten cómodos. Este cuerpo menos proporcionado convive torpemente con su entorno y comienza a nacer en ellos una pequeña nostalgia por volver a ser chicos.

Sumado a esto, en este nuevo mundo de la adultez es cuando también deberán comenzar a hacerse cargo de responsabilidades que antes probablemente eran de nosotros los padres. Y es que en este periodo no solo existe la exigencia de profesores, nosotros también empezamos a tratarlos como adultos que tienen que hacerse cargo de sus actos, de su proceso de aprendizaje, de sostener sus compromisos y de ir transformándose en una persona integral y buena. Ellos también se sienten en este tránsito donde “me exigen como adulto, pero me tratan y me dan permisos de niño”. Es en esta etapa que tienen que aprender a navegar con un nuevo cuerpo, empiezan a tomar decisiones y, por sobre todo, a hacerse cada vez más independientes de nosotros. Y es que, aunque existe una necesidad explícita de independencia (“mamá sale”, “mamá que eres chata”), muchas veces tienen una necesidad no explícita de volver a ser acurrucados, contenidos, abrazados, entendidos y guiados por nosotros.

Es en esta ambivalencia de amor-odio en que viven donde nosotros como padres también nos vamos perdiendo. Los tratamos como niños con reglas rígidas que estábamos acostumbradas a que eran acatadas sin cuestionamientos, mientras ellos nos desafían a cuestionarnos la rigidez de esas reglas. Nos piden independencia, pero al mismo tiempo cuando no quieren hacer el esfuerzo que se necesita para conseguir algo nos ruegan por nuestra ayuda. Entonces se hace imposible no perderse, no naufragar, no dudar una y mil veces ¿lo estaré haciendo bien?

Los niños en transformación a la adultez nos llevan a nuestro límite y muchas veces entramos en un gallito del que seguramente no saldremos fortalecidos, ni ellos, ni nosotros, ni nuestra relación. Es entonces cuando necesitamos encontrar la manera de adaptarnos, de buscar nuevas formas, nuevas maneras de llegar, nuevas maneras de acercarnos y conversar. Porque la realidad es que eso que servía antes, ya no funciona como lo hacía. En esta nueva relación hay aspectos vitales que necesitan un cambio que podemos hacer nosotros y que probablemente ayudarán en nuestra relación con nuestros nuevos hijos niño-adultos.

Lo primero es ir a la conquista de nuestro preadolescente. Es en esta época que comienza una lejanía natural con nuestros hijos. Ellos quieren estar más con sus amigos, no confían tanto en nosotros y nuestra mirada pasa a ser algo “antiguo” y muchas veces sin sentido. Todo pareciera indicar que “nos necesitan menos” o “no nos pescan y no quieren estar con nosotros”. Sin embargo, la realidad es sí quieren pasar tiempo con nosotros, solo que de distinta manera. Y entonces es en esta etapa donde necesitamos intencionar nuestros encuentros con ellos. Necesitamos ir a la reconquista de ese amor maternal de antaño, de esa cercanía, de esa conexión. Podemos invitarlos a conversar, hacer una actividad juntos o simplemente a regalonear. Lo que sea y que nos permitan, lo importante es siempre proponer momentos de conexión sabiendo que algunos resultarán y otros no. Soltar por un minuto el gallito de las reglas, las peleas y los permisos para tomarnos un momento de encuentro. Esta reconquista nos ayudará en todo lo que después necesitemos dialogar, acordar o solucionar.

Lo segundo es hacernos expertos en preguntar. La mayoría de las veces con nuestros hijos utilizamos una “conversación uni-direccional”, es decir, nosotros decimos y ellos acatan. Es en esta etapa cuando construir el diálogo se hace vital. Necesitamos hacer preguntas abiertas que inviten al otro a la reflexión, a conversar o a compartir miradas, no solo a consentir con la cabeza o responder “no sé”. ¿Qué piensas de eso que pasó? ¿Qué hubieras hecho tú en su lugar? ¿Cómo podrías solucionarlo? ¿Qué crees que es necesario para que eso pase? ¿Qué necesitas de mí para que te ayude? ¿Qué opinas tú de lo que te estamos planteando? ¿Cuál es tu propuesta? ¿Qué te hace pensar que eso puede funcionar? ¿Cómo podrías ponerlo en la práctica? Hacer preguntas abiertas es un arte, por lo que tenemos que aprender. Pueden hacer una lista con las que se les ocurren o cada vez que reciban un “no sé” de sus hijos o un “no” o “sí” pueden cambiar esa pregunta a qué sea abierta. Volvámonos expertos en preguntar y que ellos puedan reflexionar y proponer nuevas ideas, reglas y miradas. Es en esta etapa que nuestra flexibilidad se pone a prueba, porque necesitamos adaptarnos a una manera de interactuar distinta.

Es en esta etapa cuando nos sentimos tremendamente cuestionados como padres por lo que un increíble desafío será poder abrirse a ese cuestionamiento y escuchar lo que nuestros hijos tienen para decir. Ellos buscan su identidad, nosotros acompañémoslos en esa búsqueda con más aceptación y confiando en que todas nuestras enseñanzas están en la mente y corazón de ese hijo que necesita crecer. Y es que juntos estamos enfrentando esta nueva etapa de crecimiento. Ni contigo, ni sin ti, ni tan cerca, ni tan lejos, pero juntos.

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